El Panathinaikos en la otra semifinal volvió hacer gala de su experiencia a estas alturas de temporada ante un Montepaschi Siena que continúa sin poder llegar a una final. Tras una primera parte muy igualada los griegos gracias al juego de Batiste por dentro y Calathes por fuera pusieron una renta en torno a los diez puntos. El Siena intentó llegar a un final igualado sin éxito.

El Panathinaïkós, gran dominador del baloncesto europeo durante los últimos años, conquistó su cuarta Euroliga en otras tantas finales —títulos a los que hay que sumar las dos Euroligas FIBA logradas en 1996 y 2000— tras una nueva exhibición de los más puros valores del baloncesto europeo: defensa de libro, circulación de balón automatizada y un perfecto balance interior-exterior. Uno de los grandes responsables del éxito del equipo griego es sin duda Željko Obradović. El serbio, un auténtico genio de los banquillos, se convirtió en el entrenador europeo más laureado, con ocho títulos de la máxima competición europea. Su alter ego en la pista, Dimitris Diamantidis (nombrado MVP de la final), fue el encargado de plasmar la visión de juego de Obradović. A su lado, hombres como Batiste (en el juego interior) y Nicholas (en el perímetro) resultaron fundamentales para elevar de nuevo al Panathinaïkós al Olimpo del baloncesto continental. Frente a esta exhibición de baloncesto total, el Maccabi apenas pudo oponer argumentos. Los israelíes fueron siempre a remolque y nunca dieron la impresión de poner en verdaderos apuros a los griegos, pese a que en los minutos finales los hombres de David Blatt se acercaron peligrosamente en el marcador (más por errores y nervios del Panathinaïkós que por la dinámica en sí del partido).

El conjunto de Atenas tomó las riendas del encuentro desde el salto inicial, con un inconfundible estilo Obradović (circulación de balón de manual y jugadas perfectamente estudiadas) que se imponía a las individualidades y el baloncesto alegre del Maccabi. El sempiterno campeón israelí, con unos paupérrimos porcentajes en el tiro de dos (4/21 al descanso), lograba sobrevivir al ritmo de juego de sus rivales gracias a los lanzamientos triples (6/13) y el rebote ofensivo. Los griegos, muy superiores en el juego interior y dirigidos magistralmente por Diamantidis, llegaron al final del primer cuarto con ventaja de siete puntos (22-15). Durante el segundo parcial, el Maccabi continuó haciendo la goma, y gracias a la aportación de un Chuck Eidson tan genial como intermitente logró retirarse al descanso con una mínima desventaja (33-30), renta que se antojaba corta para los merecimientos de uno y otro. El conjunto macabeo, mal que bien, continuaba dentro del partido, aunque se intuía que la goma israelí se podía romper en cualquier momento, ya que el acierto desde los 6,25 no es un argumento lo suficientemente sólido como para frenar a la máquina verde de Obradović.

En efecto: en el tercer cuarto, pese a que el Maccabi logró ponerse por delante tras una canasta de Schortsanitis (desaparecido en combate durante todo el partido), el ritmo constante del Panathinaïkós comenzó a romper el encuentro. La circulación de balón del cuadro griego fue metódica y paciente, y permitió a Sato lograr dos triples consecutivos que abrían una brecha importante a estas alturas del partido (43-36, min. 26). Diamantidis controlaba perfectamente el tempo del partido y Batiste era el brazo ejecutor que anotaba de forma segura y regular. En el Maccabi, la contribución intermitente de Eidson y Blu y la nulidad total de “Big Sofo” dieron pocas esperanzas de victoria a los aficionados macabeos que teñían de amarillo las gradas del Palau Sant Jordi, y que vieron cómo su equipo cerraba el tercer periodo once puntos por debajo (54-43).

En el último cuarto, Drew Nicholas se unió a la fiesta del Panathinaïkós con un triple en contraataque y una suspensión de media distancia que minaron la moral del Maccabi (59-47, min, 33). Pese a los intentos del conjunto hebreo, con un 2+1 de Eliyahu que pareció resucitar el enjambre amarillo que poblaba las gradas (63-56, min. 36), la excelsa dirección de juego de Diamantidis, la seguridad interior de Batiste y los lanzamientos exteriores de Nicholas acabaron con las pocas esperanzas de victoria del Maccabi. La presión final a toda pista de los hombres de Blatt sirvió para dar cierta emoción a los instantes finales (74-70 dentro ya del último minuto), pero los hombres de Obradović habían hecho ya su trabajo durante todo el encuentro y supieron controlar el balón hasta el final para alzarse con un nuevo título europeo en su corta pero exitosa participación continental.